CERVANTES, MONUMENTO DE LA NACIÓN: PROBLEMAS DE IDENTIDAD Y CULTURA

miércoles, 25 noviembre 2015

Jesús Pérez Magallón

Madrid: Cátedra, 2015, 362 pp.

El nuevo libro de Jesús Pérez Magallón constituye un importante avance en la genealogía de estudios en torno a la recepción crítica de Cervantes en el siglo XVIII y primera mitad del XIX. Se centra, particularmente, en los debates originados en torno a la construcción de su biografía y en torno a la proyección nacional de su creación quijotesca, ampliando así un interés personal por desentrañar la espesa madeja hermenéutica de nuestros clásicos que ya se iniciara en su anterior trabajo Calderón. Icono cultural e identitario del conservadurismo político (Cátedra, 2010). Al igual que ocurriera con éste, la lectura que propone ahora el Catedrático de McGill University está construida a partir de un rastreo minuciosísimo de la historia social y cultural del momento estudiado, en donde también se toman en consideración asuntos de diversa índole concernientes, por ejemplo, a la historia de la imprenta, a la tecnología del libro como objeto de exposición y consumo o incluso al papel de la diplomacia a la hora de diseminar la imagen cervantina dentro y fuera de la Península. Una reseña de esta naturaleza apenas puede hacer justicia a la complejidad del presente libro, en donde la extraordinaria cantidad de información ofrecida—y magistralmente organizada— dificulta la labor de síntesis y la posibilidad de comentar al detalle sus muchos aspectos de interés.

¿Cómo es que Cervantes se convirtió, se pregunta Pérez Magallón, en símbolo de una nación «que hacía pocos años había creído que nadie la representaba mejor que Calderón» (10)? Para iniciar una posible respuesta, se escoge el momento histórico y simbólico de la primera estatua a Cervantes instalada en Madrid en 1835, que culmina todo un proceso en el cual, según el autor, el contraste entre la proyección en el tiempo del manco de Lepanto y su enemigo Fernández de Avellaneda determina la recepción del Quijote desde inicios del XVIII. A ellos se une el análisis del discurso ideológico construido alrededor de dos hitos editoriales como fueron la monumental edición inglesa del Quijote de 1738 y la de la Real Academia Española en 1780. Para ello resulta preciso detenerse entonces en los debates en torno al teatro nacional de mediados del XVIII, influidos en gran medida por la publicación por parte de Blas Nasarre de las Ocho comedias y entremeses cervantinos con su famoso «Prólogo», así como en las polémicas surgidas del círculo de intelectuales ilustrados hasta la ocupación francesa de 1808, y que se prolongan con la entrada de los afrancesados «en la monumentalización cervantina» (11). Todos estos asuntos acaban por hacer de Cervantes un icono cultural y nacional en un país que se va liberando del yugo fernandino hacia un futuro democrático, con el autor del Quijote como emblema de una deseada armonía, sostiene el autor, entre diferentes estratos sociales.

Cervantes, monumento de la nación: problemas de identidad y cultura se divide en un apartado Preliminar, seguido de seis capítulos, una bibliografía y un índice onomástico, manteniendo el formato habitual en esta colección de no incluir notas de ningún tipo (quedan todas, por tanto, integradas en el cuerpo principal del texto para delicia o fastidio del lector). Las páginas iniciales abordan una reflexión de carácter teórico sobre conceptos como los de memoria colectiva e identidad nacional, tan asiduos en la crítica contemporánea pero que adquieren una serie de matices muy específicos al ser trasladados a este momento histórico en concreto. El Cervantes que se monumentaliza, indica Pérez Magallón, es el modelo del ser español en su valentía y generosidad, así como el del autor de una obra como el Quijote y en un caballero andante que encarna una serie de valores específicos, teniendo siempre en cuenta que el proceso de mitificación que se lleva a cabo canoniza a Cervantes antes que a su creación y a su «criatura» más universal. La estatua de 1835, se nos recuerda entonces, es el resultado de todo un devenir en el cual la distorsión de sus gestos, la lectura forzada y la invención de lo inexistente desembocan en una mitificación convulsa, cuando no disparatada.

El primero de los capítulos lleva el título de «Avellaneda y Cervantes o el enfrentamiento entre centro y periferia». Se analiza en él la huella de la edición de Avellaneda preparada por Isidro Perales (tras el que se esconde Blas Nasarre) con la «Aprobación» de Agustín de Montiano, a la que, en cierta manera, responderá Gregorio Mayans en 1737 con su Vida de Miguel de Cervantes para la edición del Quijote que publica en Inglaterra John Carteret. Mayans—a quien Pérez Magallón, recordemos, ha dedicado ya importantes estudios—forja la imagen de un Cervantes valiente y de un escritor célebre, pero, quizá más importante aún, de víctima de su tiempo: un hombre empobrecido y «abandonado por todos, aislado de quienes debían ser sus pares intelectuales, sin apoyos de las autoridades ni de los mecenas que hubieran debido sostenerlo, víctima de un ambiente que no valoraba ni valoró a aquellos que realmente tenían valor, envidiado por los demás literatos» (70); un Cervantes, en suma, que se integrará con facilidad en el imaginario colectivo que se iba forjando de una nación mezquina que despreciaba la cultura. Pero también es importante la aportación de Mayans no solo del escritor, sino también de su criatura ficticia, pues propaga la idea del libro como una gran sátira de su tiempo, divulgando un Quijote al que se lee como un clásico merecedor del máximo respecto y admiración. Como resultado, Mayans encuentra como argumentación contra los editores de Avellaneda el «énfasis puesto sobre la justicia y justificación de la lucha contra la caballerosidad que articulan los libros de caballerías» (95). Al otro lado de este espectro hermenéutico, Nasarre y Montiano se convierten, acaso paradójicamente, en valedores de una posición que va en contra de la lógica de la Ilustración por su estrecha dependencia y cercanía al centro del poder.

El capítulo segundo, «Cervantes frente a Calderón en la identidad nacional: del Discurso de Erauso y Zavaleta a las Cartas marruecas de Cadalso», arranca con una reflexión sobre el Nasarre que edita el teatro cervantino y que se alza, según el autor, en enemigo de Lope y Calderón—en otras palabras, sostiniendo que Cervantes milita por abandonar el quijotismo caballeresco mientras que Calderón cimenta este ethos como rasgo del español. Se trata, según Pérez Magallón, de una «extremada desautorización» (108) que provocará una cascada de intervenciones anti-reformistas y anti-neoclásicas por parte de intelectuales como Erauso y Zavaleta, Carrijo y Maruján, las cuales se analizan en las páginas siguientes dentro del marco de enfrentamientos entre el círculo de letrados reformistas y el de escritores conservadores que definen la vida cultural del momento. Erauso, por ejemplo, sostendrá que Calderón encarna un modo de ser nacional muy particular frente al que se articula en el Quijote, como parte de una visión que constituye una «prolongación radicalizada» (147) de la corriente anti-cervantina—o, si se quiere, pro-Avellaneda—de Nasarre y Montiano. La evaluación de la identidad nacional que lleva a cabo José Cadalso, articulada sobre los principios de vanidad, superstición, ignorancia y pobreza, a las que se une el del ingenio cervantino, cierran este denso y estimulante bloque temático y temporal.

El capítulo 3 lleva por título «La mal llamada edición de 1780: poder y cultura en la exaltación cervantina», y en él Pérez Magallón argumenta cómo la preparación de este famoso y monumental libro se integra en un discurso «que adelanta aspectos clave del nacionalismo español» (159), al tiempo que forma parte de esta canonización cervantina en su elaboración de un tipo de lector determinado. El arranque del capítulo dibuja con todo detalle el panorama cultural del momento, situando a los principales agentes y los diversos intereses personales y colectivos que rodearon la labor de la Real Academia Española. Mayans, Ensenada, Grimaldi, Cañuelo o Gutiérrez de los Ríos son actores principales en esta opereta de ambiciones y desencuentros, pero es cierto también que el cuadro de actores secundarios es tremendamente rico, como se nos ilumina de forma magistral en estas densísimas páginas de historia cultural, política y tecnológica: unas páginas que revelan, siguiendo la estela de críticos como Paolo Cherchi y Emilio Martínez Mata a los que el autor acude con frecuencia, cómo un simple libro logró situar a Cervantes en el mismo centro de las reflexiones que movilizaron al círculo letrado de la Corte. La entrada en los debates de intelectuales como Pellicer Saforcada (1778), García de la Huerta (1785) y Forner (1786) cierra el estudio de este fascinante crisol con el Quijote en el centro de sus debates más animados.

«Ilustrados, afrancesados, liberales: Cervantes en una cultura nacional» es el título del cuarto bloque, en el cual se lleva a cabo un detalladísimo estudio de los círculos intelectuales del cambio de siglo y las primeras décadas del XIX. Pérez Magallón sitúa su lente en figuras como Antonio de Capmany —a quien se le considera como admirador del Quijote— o Nicolás Pérez, exponente junto a Valentín de Foronda de la corriente anti-cervantina del momento gracias, fundamentalmente, a su pieza Anti-Quijote (1805), y que provocará respuestas como la de Antonio Eximeno un año después. Se trata, en cualquier caso, de lo que el autor considera como un conjunto de posturas en ocasiones rozando el fanatismo que van pavimentando el camino para la erección de la famosa estatua unos años más tarde. Destaca igualmente la figura del influyente Martín Fernández de Navarrete, quien en cierta manera se adhiere a la visión cervantina de Mayans y de los Ríos, y que, en palabras del autor, busca «honrar las cenizas de Cervantes erigiéndole el monumento que la nación le debe para así completar efectivamente el duelo que la nación no ha hecho por él» (244). Pero el panorama es mucho más complejo e involucra a numerosos sectores del mundo cultural nacional e internacional, con figuras como José Marchena, Moratín y hasta el mismo Goya, así como los siempre influyentes románticos ingleses y centro-europeos que tanto hacen también por la figura de Calderón en estos años. Para 1835, por consiguiente, Cervantes se halla ya en el punto de mira de sectores conservadores y progresistas, terreno abonado para la instauración de su controvertido monumento. La vida de esta estatua, que se analiza en el siguiente capítulo («El monumento material: la estatua de Cervantes»), contará con jugosas lecturas a cargo de otros intelectuales de su tiempo como Ochoa, Larra o Mor de Fuentes, en este año que, curiosamente, era también memorable por otra razón no muy lejana: el bicentenario de la muerte de Lope de Vega.

Con la breve reflexión del sexto y último capítulo («Cierre: los despojos de una recepción») se da broche final a un estudio fascinante de todos los vectores que fueron trazando el complejo escenario de la canonización cervantina, de su recuperación en ocasiones exaltada e ilógica, de su conversión en icono y monumento. Cervantes, monumento de la nación: problemas de identidad y cultura es un libro que sin duda será de lectura recomendada por su rigor y atención al detalle, por la minuciosidad de su método tanto como por las nuevas realidades que nos ilumina en toda su complejidad. En este bienio 2015-2106 tan cervantino, este extraordinario trabajo de Pérez Magallón es un magnífico homenaje tanto a Cervantes y su Quijote como a los cervantistas que supieron leerlo y reivindicarlo en su justa medida.

Enrique García Santo-Tomás

University of Michigan, Ann Arbor

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