EL FUEGO EN MI PODER

miércoles, 03 octubre 2018

Antonio Carvajal

Madrid: Hiperión. 2016, 92 págs.

No es Antonio Carvajal un poeta aún suficientemente reconocido por buena parte de los lectores de poesía. Y no es que sea desconocido (¡eso faltaría!), sino que su voz, tan auténtica, está en otra sintonía, mucho más personal e íntima, que parte de la poesía actual se ha dedicado a destejer con o sin tapujos. El fuego en mi poder no es un libro para lectores noveles, pero sí para poetas jóvenes ¿por qué? Porque este poemario de Carvajal ya parte de toda una amplia, vasta y sedimentada tradición poética que está lejos de los gustos más populares entre los jovencísimos lectores, volcados en otro tipo de conexión entre poesía y música, más mercantil que estética, más afín a los hits efímeros que a los manuales de historia literaria. No, a Carvajal no se le puede buscar en la lista de los más vendidos, ni entre las preferencias de los iniciados a la lectura. Ese, aunque algunos digan lo contrario (o incuso el propio poeta, aunque no lo creo), no es su sitio. Sí, en cambio, lo es en la biblioteca de cualquier joven poeta, como dije, pues no hay verso más fino para afinar sensibilidades y oídos que los de Carvajal: no en vano ha sido profesor Titular de Métrica en la Universidad de Granada. Y ser poeta en tierra de poetas parece lógico, pero ser maestro en tierra de poetas ya no es tarea fácil. He ahí una buena diferencia. Si usted es de los del segundo grupo y está dando sus primeros pasos como autor o autora, no dude en coger este libro y saborearlo sin la inquietud del tiempo, es decir, dejando que reposen sus imágenes conceptuales y fónicas por igual: nada le garantizará calidad aun a pesar de la imitación directa, pero estoy seguro de que estará más cerca de conseguirlo habiendo leído este poemario antes. La providencia dirá.

Este último libro de Carvajal se divide en cuatro partes muy desiguales en el número de poemas que lo componen: “Madrigal y Baladas” tiene un total de 27 poemas; “Soledad y Elegía” tiene un total de 9 textos, pues responde a un diseño algo complejo de poemas seccionados en partes; “Decires” tiene 5 poemas y “Concerto grosso” hasta 3. Es decir, un total de 44 poemas en total, que van de la densidad hacia su elementalización, su concentración emocional. El título del libro nos presenta una aparente victoria que, sin embargo, en los poemas no vemos: hay sosiego, equilibro y hasta cierta sorna en algunos versos, pero la verdad, el fuego que Prometeo roba, no lo vemos, ya que la llamarada es tan fugaz como la vida y solo el eco, el fogonazo, es lo que queda tras este intento de subversión. Es el poema, sin duda. También el propio poema es la ceniza del ser, que hace revivir al poeta como parte de una verdad siempre individual, siempre subjetiva. Por tanto, nos robamos a nosotros mismos parte del misterio y lo hace el poeta en nuestro nombre, ese que conspira contra el ser humano (el que busca alzarse en la vida sin más destino que el de cumplir con horarios, deseos de última hora, jornadas matutinas, bailes rítmicos y arrítmicos también). Ese es el secreto mejor guardado de una divinidad ausente y el único poder que el ser humano tiene para hacer frente a la corrosiva fuerza de los caprichos del Olvido: la palabra, capaz de vibrar o percutir aun sin boca, más allá de nosotros mismos, sobre el papel o sobre la memoria. 

Amar es escribir, nos dice. Y lo mejor es que tiene su reverso, porque escribir es también amar, atajar las diferencias, sentirse próximo a pesar de las distancias que la propia escritura tensa ¿qué lección de vida nos legan tantas horas de incertidumbre ante el papel? Recordar, amar, no perder de vista a quienes nombramos o silenciamos. Eso es robar el fuego secreto del Olimpo, aunque bien valga una condena eterna, un sacrificio. Y eso, verdad, es parte de la esencia de este libro que, ocultamente, va rindiendo tributos y cuentas a otros poetas (imagino a Petrarca, Machado y Juan Ramón entre algunos de sus versos, como a Aleixandre u otros como Jenaro Talens, Díaz de Castro, Martín Vivaldi, y una larga lista más). No hay libro que pueda escapar de las llamas, tampoco poeta, pero este ya lleva el fuego consigo y no siempre lo ígneo lleva a la destrucción: hay también llamaradas purgativas e incluso sanadoras. Quizá este libro sea lamer también las heridas de la vida.

Sergio Arlandis

Poeta, crítico literario y profesor

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